Cuando naces, todo gira a tu alrededor. Tus padres se vuelven locos contigo y desde el primer momento, te están cuidando. Velan por tu seguridad y tu bienestar y tu mientras, creces, creces, y sigues creciendo. Al entrar en la escuela, haces nuevos amigos y empiezas a descubrir un mundo nuevo que nunca antes habías vivido. Es cuando empiezas a formarte para el futuro, para tu meta. Recordar aquellos recreos llenos de diversión, en los que jugabas al fútbol o charlabas con tus amigos y amigas. Recordar aquellas clases tan aburridas que te dormías enseguida. Recordar aquellos pasillos de tu colegio, las aulas de música y el laboratorio, el comedor y el salón de actos, donde cantabas villancicos por Navidad y te divertías ensayando teatros. Recordar cuando te sentías importante leyendo un discurso, mientras los demás te miraban embobados, pensando que quizás tuvieses razón en lo que decías. Recordar a los profesores y a tus antiguos compañeros, a lo bien que te llevabas con ellos y lo mucho que vivisteis juntos. Recordar el día de la despedida. Quizás fue uno de los muchos momentos tristes de tu vida: marcharte del sitio que te acogió para enseñarte lecciones de vida y buen comportamiento... marcharte para siempre y no volver a pisar sus aulas ni su comedor. Ni su aula de música ni sus pasillos, e incluso ni su salón de actos, donde la gente te escuchaba y tu madre venía a verte cuando hacías alguna representación teatral o recibías la orla infantil o primaria. No volver a jugar al fútbol, o a la comba o a los aros. Y sobre todo, decir adiós a los momentos juntos entre antiguos compañeros y profesores. Personas que se quedaron atrapadas para siempre en el ático de los recuerdos...
Tiempo después, volver. Volver con muchos años de más y comparar lo mucho que aprendiste allí y lo mucho que te sirvió para conocer lo que aprendiste ahora. Volver a recorrer todas sus aulas y sus pasillos. Pisar después de cinco años el salón de actos donde pronunciaste tu primer discurso o representaste tu primera obra. Adentrarte en la aula de música donde tocaste por primera vez un instrumento o en el laboratorio, donde entraste en contacto con los minerales o sustancias químicas. Volver a hablar con los profesores y mirar sus ojos, llenos de pasado y vivencias. Bonito es que te recuerden como si nada hubiese cambiado. Bonito es que te recuerden las lágrimas que derramaste en la despedida final. Bonito es no olvidar nunca lo que supuso aquello para tí. Será bonito, mientras siga vivo en tu memoria y en tu corazón.
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