Muchas veces lo veo. Bueno, lo veo demasiado; y todos los días en los que lo veo es por la noche. Dicen que la noche es la parte del día más misteriosa de todas, donde los seres más marginados de la sociedad y los actos indebidos se cometen a todas horas de la madrugada. Nadie puede negar que la noche es su aliada; esa aliada que cada vez que lo ve se estremece para sus adentros, como si quisiera dar paso a su compañero el día y no volver a asomar la cabeza en el mundo. Pero ella, callada, se mantiene como una testigo de su largo infortunio. Y mira su aspecto, bañado en tristeza, y suspira.
El errante no es como los demás. Es diferente. Pasa por donde vivo todos los días, o eso parece. Cuando yo lo veo, pasa. A lo mejor se esconde tras alguna esquina a la espera de que yo salga para pasar él. Aunque no es su imprudencia lo que más me llama la atención, sino su desaliñado aspecto de ladrón indeciso. Los ojos, semillas de la vejez, cubiertos de venas y arrugas, combinadas con un perfecto límite de la edad. Su boca, siempre abierta, siempre cantando algunos versos de cantantes de los años cincuenta. Y su pelo, cubierto de polvo. A veces lleva la piel morena, como bronce. Otras veces la lleva más blanca, aunque su tono siempre es oscuro. Anda a zancadas la mayoría de las veces aunque en algunas ocasiones prefiere mostrar su silencio con pasos cortos y menudos.
No habla. Bueno, generalizo. A veces sí. Cuando se para a charlar con la gente del lugar parece amigable y simpático. Otras veces se limita a ser cortés de una manera que me pone los pelos de punta, ya sea por la forma en la que lo dice o el interés que le ponga a la situación. Si algún día lo llegas a conocer, no temas. Al principio da un poco de miedo, pero uno se va acostumbrando. Al fin y al cabo los años, la experiencia y los recuerdos rotos no perdonan. Ni el pasado. Y estoy seguro que él sabe mucho de eso, al menos me lo ha parecido a mi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario