A ti, querido lector:
¿Algunas veces has sentido que acumulas tanto amor por una persona y tanto orgullo por ella que sientes que vas a explotar de un momento a otro? Quizás me pase a mi eso. Estoy en un estado entre las nubes y la tierra. Me siento en el suelo, pero parece que todo el tiempo estoy volando. Obviamente, nadie me puede cortar las alas, porque el simple hecho de estar tan bien en ese estado, rompe todas las amenazas contra mi eterno vuelo. ¿Algunas vez has sentido que, estando a cientos de kilómetros, lo necesitas más cerca todavía a tu lado, que extrañas tanto sus abrazos y sus besos, su sonrisa al mirarte después de levantarte por la mañana, que sientes que vas a morir? Sí, yo lo he sentido. Extraño todo, sinceramente. Desde el más mínimo detalle al más grande que jamás pude observar.
Echar de menos es normal, y más sabiendo que todavía faltan muchas semanas para volver a vernos. Pero el simple hecho de estar con esa persona en la realidad, sintiendo cada parte de su cuerpo y cada parte de su forma de ser, dándote cuenta de que lo puedes perder en cualquier momento, que cada día tienes que esforzarte más y más en hacerle feliz y hacerle sentir libre como aquellos pájaros que veremos algún día surcar el cielo de la playa al atardecer, ese simple hecho, te hace sentirte orgulloso de tener a alguien como él.
Y no te cansas de hacerle feliz, de provocarle esa sonrisa que luego te hace sonreír a ti. De inundar vuestras mentes de recuerdos y pasarse toda la noche recordando en aquello y en lo otro, en todas las cosas que se han inmortalizado para siempre. Y lo necesitas, lo necesitas como si te fuera la vida en ello, como si cada gota del oxígeno que respiraras dependiera de él. Como si el hecho de estar tú bien dependiera del hecho de estar bien él.
Y piensas...
...dar la vida sería dar poco para lo que él se merece.
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