viernes, 20 de mayo de 2011

Las horas de metal

Atrapado en un laberinto, el laberinto del tiempo.
Estoy atrapado. Perdido, sin control. Estoy hundido en el laberinto del tiempo del que nunca podré salir. Sin más compañía que un uno, un dos, un tres...[...] y un doce. Celebrando la soledad de mi alma en veinticuatro horas y llorando segundos y minutos en el reino del tiempo. Desvelando los secretos del reloj, solo en la más profunda tiniebla. Encerrado en un mundo contrario al real, en el que solo se oye un tic-tac de fondo y se ve todo oscuro. Solo bailan silenciosamente doce números ordenados en círculos que abruman mi mente sin cesar: un uno, un dos, un tres... [...] y un doce. Un rechazo caprichoso del destino hacia la compañía. Dos razones para estar solo: pensar y pensar. Tres veces son las que maldigo a todo aquel que no haya tenido un momento para reflexionar. Cuatro incluso cinco o seis diablos del tiempo inundan mi corazón envuelto en una pausa eterna. Siete son las horas para suspirar, para pensar y decidir las ocho preguntas más difíciles de mi vida. Nueve son los momentos al lado del reloj, luchando contra la fuerza de la soledad. Diez son los segundos que me queda para gritar que quiero ser feliz. 

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